*La pieza en alto relieve fue traída desde España en 1952, gracias al liderazgo del padre Humberto Lizcano y al esfuerzo colectivo de toda la comunidad.
En el interior de la iglesia San Luis Beltrán de Polonuevo, Atlántico, se resguarda una de las reliquias más preciadas del municipio: un viacrucis en alto relieve, compuesto por 14 estaciones esculpidas en yeso, que narran con detalle y devoción la pasión y muerte de Jesucristo.
Esta obra, que adorna las paredes de la parroquia desde 1952, no solo representa un patrimonio artístico y religioso invaluable, sino también, la historia que tiene como héroes a un cura y varios feligreses que se propusieron traer del otro lado del mar, de la lejana Europa, esta devoción centrada en los Misterios Dolorosos de Cristo.
Todo inició en 1951, cuando el padre Humberto Lizcano Cañas, recién nombrado párroco en propiedad de Polonuevo, propuso a las congregaciones locales, los Caballeros de Cristo y las Madres Católicas, adquirir un viacrucis “hermoso y novedoso”, digno de la iglesia del pueblo.
El entusiasmo fue inmediato. Todos coincidieron en que la parroquia merecía una pieza de gran calidad, y confiaron en la iniciativa de su nuevo guía espiritual.
Conocedor del arte sacro europeo por sus años de estudio en España, el padre Lizcano recordó un viacrucis tallado en madera que había visto en la parroquia de Santa María de Écija. Fascinado por la obra, localizó a los artesanos responsables y, desde Polonuevo, encargó una copia hecha en yeso, igual de detallada, pero más asequible para los recursos del pueblo.
El valor de la obra era elevado para la época: 2.000 pesos, una suma que dejó a muchos en silencio. Sin embargo, la fe y la determinación movieron montañas. Se organizaron rifas, ventas de empanadas, dulces y pasteles; y junto con donaciones voluntarias, la comunidad logró reunir el dinero necesario.
Una ceremonia inolvidable
La esperada llegada del viacrucis se dio el Miércoles de Ceniza de 1952. Aquella mañana, el padre Lizcano impuso la ceniza a los fieles, y en la tarde, una comisión partió hacia Barranquilla en el camión de don Francisco Solano, el único transporte público del pueblo.
Ya entrada la noche, el pitazo del camión anunció su retorno. Los feligreses se agolparon frente al templo, pero no pudieron ver aún la obra, resguardada en guacales para una ceremonia especial de develación.
Antes del acto, el padre propuso que cada estación tuviera padrinos encargados de apoyar los arreglos interiores de la iglesia. Personas devotas y de buen corazón se sumaron, ayudando a preparar el templo para la gran ocasión.
El Primer Viernes de Cuaresma, conocido también como el ‘viernes de tentación’, se celebró la misa de bendición. Vestidos con sus mejores galas, los polonueveros asistieron con orgullo a la instalación del viacrucis.
Una por una, las estaciones fueron colocadas en las paredes del templo, bendecidas por el padre Lizcano, mientras los padrinos permanecían junto a ellas, en un gesto de amor, fe y compromiso.
Las estaciones, aún hoy bien conservadas, comienzan su recorrido desde la nave izquierda, antes de la pila bautismal, y continúan en lo alto de las paredes hasta llegar al altar del Santísimo Sacramento.
Y es que cada figura en alto relieve mantiene viva la tradición católica y recuerda un episodio fundamental de la fe cristiana. Pero también relatan, silenciosamente, una historia más cercana: la de un pueblo que, guiado por su párroco, logró dejar un legado de fe y belleza que aún hoy conmueve a quienes visitan el templo.