Por Rosita Vargas.
En 1950 el párroco de Baranoa era el reverendo padre Gabriel Ángel Galán y encargado también de la parroquia de Polonuevo. Él venía esporádicamente a decir misas de difuntos o a los entierros. Pero nos decía que le era incómodo porque el transporte a caballo le lastimaba una úlcera varicosa.
Mi madrina, doña Adela Palma Mendoza, fue a anotar la misa del tercer aniversario de la muerte de su mamá y el padre le dijo que mandara en la mañana, bien temprano, el caballo, pero quien venía era el coadjutor, que estaba recién nombrado.
Así se hizo. El 22 de mayo de 1950 vino a celebrar la primera misa el reverendo padre Humberto Lizcano Cañas. Una vez terminada la eucaristía, fue a almorzar a la casa de mi madrina, en donde estuvo conversando con los señores Capitolino Mendoza, Blas Pedroza, Concepción Palma, Adela Palma, Elena Baena, las hermanas Mendoza, Josefina y Ceferina, Joselina Cervantes y la seño Georgina Algarín.
Fue tan amena esta charla que el sacerdote dijo que si el padre Galán se lo permitía, vendría los miércoles y los sábados, porque entre otras cosas, aquí no se atendía a los moribundos que fallecían sin reconciliarse con Dios.
En su segunda visita dijo que si el pueblo le pedía a Monseñor que lo mandaran para Polonuevo, él con mucho gusto estaba dispuesto a trabajar en esta parroquia.
Se nombró la comisión que fue a dialogar con el Obispo y la respuesta fue positiva, pero como no había Casa Cural, estos señores se comprometieron a acondicionar una vivienda para el sacerdote. Esa es hoy la casa de la familia Amador Pedroza.
La feligresía respondía cada día más y más a las misas y al rosario por las noches.
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Fragmento del escrito Notas de la Parroquia San Luis Beltrán, de Rosita Vargas viuda de Ojito. Tomado del periódico “La X”. Año 2. Edición No 6 de octubre de 2001.