El viacrucis de la Iglesia San Luis Beltrán de Polonuevo, el comienzo de la historia
Sin pensarlo dos veces el joven sacerdote sacudió su sotana negra y salió de la residencia que estaba dispuesta como Casa cural provisional, ubicada en la esquina de la calle San Pablo (calle 3) con la carrera Camilo Torres (carrera 6) hoy pertenece a la familia Amador Pedroza.
Se dirigió a la calle San Rafael (calle 5) y llegó a la casa de doña Adela Palma Mendoza, al lado de la escuela, y se detuvo en la puerta sacudiendo el polvo de sus zapatos.
-¡Buenas tardes!, dijo en la entrada.
-Adelante padre, bienvenido. Le respondió doña Adela, quien estaba sentada en la fresca sala de aquella moderna casa donde hoy funciona la Registraduría.
-¿Se toma un tinto o una chica de tamarindo? Le preguntó doña Adela.
-¿Está fresca?, preguntó el sacerdote.
-¡Sí!, le respondieron. Bueno, para refrescarme.
Sin perder tiempo el padre le dijo: Tengo algo en mente y usted me va a ayudar.
Seguramente así comenzó una de las hazañas de un pequeño pueblo de campesinos liderados por un sacerdote, cargado con la energía y el entusiasmo de la juventud, pero también, comprometido con afianzar espiritualmente a la feligresía de la recién creada parroquia San Luis Beltrán de Polonuevo, donde él era es primer párroco en propiedad.
Casa cural provisional, ubicada en la esquina de la calle San Pablo (calle 3) con la carrera Camilo Torres (carrera 6) hoy pertenece a la familia Amador Pedroza.
Corría el año de 1951, Polonuevo era un pueblo pequeño, de calles arenosas, de muchos y altos cocoteros que parecían puyar las nubes, donde se consumía agua de pozo, unas dulces, otras blanquecinas y salobres que para los visitantes se convertía en un laxante, su economía estaba basada en la agricultura y ganadería, muy próspera, pues el Camino Real que viene de Sabanalarga lo conecta directamente con la capital, Barranquilla, convirtiéndose en una despensa agrícola de la ciudad.
El año viejo le dejó al pueblo una cosa muy buena. Por fin, después de muchos, pero muchos años, fue elevado a parroquia y con ello llegó un sacerdote de planta. Su nombre: Humberto Lizcano Cañas, oriundo de Bochalema, Norte de Santander. En sus inicios perteneció a la comunidad de sacerdotes redentoristas y realizó estudios en Filosofía y Teología en la ciudad de Astorga, al norte de España.
Con escasos 26 años, traía la energía de la juventud y muchas ganas de cambiar el mundo y de hacer cosas buenas para Dios y su pueblo. Por eso, cuando visitó por primera vez a Polonuevo a celebrar la misa del tercer aniversario de la muerte de la mamá de doña Adela Palma y al conocer la gente de este pueblo, se dio cuenta de la necesidad que tenían de una orientación espiritual activa, y no dudó en proponerles que él, con mucho gusto, vendría los miércoles y sábados a prestar sus servicios si el padre Gabriel Ángel Galán se lo permitía.
El padre Galán era el cura párroco de la Iglesia Santa Ana de Baranoa donde Lizcano ejercía como coadjutor, y la parroquia San Luis Beltrán estaba subordinada a ella.
Aquellas palabras llegaron al corazón de los feligreses de Polonuevo y se entusiasmaron, y no solamente consiguieron la autorización del padre Galán, también lograron que lo nombraran como primer párroco en propiedad para la recién creada parroquia.
Ese hecho fue recibido con mucha alegría y acogieron al padre como un hijo amado, no era para menos, debieron pasar más de 300 años para que el pueblo tuviera la bendición de un sacerdote de planta.
Con su carisma, el padre Lizcano se convirtió rápidamente en un líder espiritual, pero también en un buen orientador de la comunidad polonuevera. Él tenía muy presente que en su parroquia había muchas necesidades, pero no se sentía solo, sabía que había un pueblo que lo seguía, por eso no dudo en visitar esa tarde a Doña Adela, una de las mujeres influyentes del pueblo y comprometerla con su idea.
El siguiente paso fue comunicársela a las congregaciones del momento en la Iglesia, los Caballeros de Cristo y las Madres Católicas y posteriormente a toda la comunidad.
En esos últimos años, la Iglesia fue adquiriendo imágenes dignas con un gran valor religioso y artístico, como el cristo a escala humana hecho por el escultor italiano Emilio Morás y las imágenes de San Luis Beltrán y San Pablo hechas en el taller de los hermanos Carvajal en Sonsón, Antioquia. Lo que pensaba el padre Lizcano era que la parroquia necesitaba una obra que despertara la religiosidad de los fieles y que ayudara a transmitir de una forma pedagógica los mensajes litúrgicos, concretamente, lo que propuso fue adquirir un viacrucis, el cual representa gráficamente la pasión de Jesús.
Bien, ¿y por qué esa exageración de decir que esta es una historia hasta épica si fácilmente pudieron contratar un viacrucis en Barranquilla donde había buenos artistas o en cualquier otro taller de la región o del país?
Hay razones para sustentar esa afirmación, porque lo que hicieron fue extraordinario, fuera de lo común, pero eso lo contaremos en la siguiente entrega.
Procesión del Domingo de Ramos de 1951, la primera Semana Santa celebrada por el padre Lizcano, aparece el profesor José Vicente Mendoza Mendoza dirigiendo a los niños.