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El viacrucis de la Iglesia San Luis Beltrán de Polonuevo: peligro en alta mar

Esa noche, después de la Misa, el padre Lizcano reunió a las congregaciones religiosas. En los Caballeros de Cristo y las Damas Católicas se congregaban un gran número de personas de diferentes estratos sociales de la comunidad, entre ellas había familiaridad, respeto y sobre todo un fuerte deseo de trabajar por la recién creada parroquia.

El padre les habló de la necesidad de adquirir imágenes religiosas para enriquecer la Iglesia, pero sobre todo, que sirvan para el culto religioso, y como ya se compraron la de los patronos San Luis Beltrán y San Pablo, él recomendaba una obra que representara la pasión de Jesús, muy necesaria para la Semana Santa: un viacrucis.

Después de unos segundos, la mayoría reaccionaron con entusiasmo, pues, les pareció muy buena la idea y empezaron a comentar entre ellos. Unos tomaron la palabra apoyando la propuesta, en realidad todos estaban de acuerdo.

El padre Humberto, ataviado con la sotana negra, volvió a tomar la palabra y le dijo: Al ver que todos están de acuerdo, quiero complementar la información para que sepan en qué empresa nos vamos a meter, que no va a ser sencilla, pero sé que con el apoyo de todos vamos a lograrlo.

El sacerdote hizo silencio para atraer toda la atención y continuó: Este no es un viacrucis cualquiera, es una obra de gran calidad que solo la realiza un taller de arte religioso en España y su valor también es importante, adquirir esas 14 imágenes cuesta 2.000 pesos colombianos. Todo quedó en silencio.

Después de un rato el padre da una palmada que espantó a los asistentes:¡Epa! Reaccionen y cierren la boca, ya ustedes saben que para Dios, lo mejor.

Y no era para menos, 2.000 pesos, en aquella época, en el Polonuevo de los años 50, no era cualquiera bicoca, convertidos a los valores de hoy, y tomando como referencia un viacrucis muy parecido en una tienda de arte religioso en España, se estaría hablando de unos 35 millones, aproximadamente.

Aquí es donde nos detenemos para exaltar a todos los polonueveros de esa época: ¿Cómo un pequeño pueblo, de campesinos, que basaba su sustento en el campo, pudo reunir todo ese dinero para comprar el viacrucis?

Lo que hicieron refleja cómo el ‘ser polonuevero’ es el resultado de un hecho colectivo, y cómo las causas comunes, que benefician a la comunidad en general, es el motivo para lograr proezas. Esta fue una batalla contra los límites mentales, no contra la falta de recursos, eso se podía solucionar, ellos tenían fe, y lo lograron de la manera más sencilla: todo ese dinero lo recaudaron haciendo actividades, realizando rifas, vendiendo comida, pidiendo donaciones. Todos, hombres y mujeres, eran un solo cuerpo trabajando para conseguir un objetivo, lo lograron y nos dejaron ese ejemplo.

Esa tranquila tarde, con el marconigrama en la mano, que le confirmaba el envío de las 14 imágenes del viacrucis a la ciudad de Barranquilla, el padre Humberto Lizcano recordaba la odisea de su viaje a Europa para estudiar Filosofía y Teología.

Corría el año de 1944, plena Segunda Guerra Mundial, un conflicto que vivía el viejo continente en la tierra, en los cielos y en el mar. El joven seminarista de Bochalema zarpaba de un puerto al norte de Colombia en un barco de bandera española hacia Italia. El océano Atlántico se convirtió en un escenario de guerra, las fuerzas navales de las dos alianzas se enfrentaban a muerte, destruyendo naves de combate, pero también embarcaciones civiles, causando miles de muertos.

El joven Humberto Lizcano y los otros pasajeros sabían del peligro que corrían en esa travesía, aún más inquietante si el barco en el que viajaban tenía bandera de España, país que hacía parte de la alianza del Eje con Alemania, Italia y Japón. Si esta nave, Dios no lo quiera, era interceptada en alta mar por un barco de los Aliados, especialmente de la Marina Real británica, sus vidas estarían expuestas.

Pero muchas veces, el pensamiento lleno de temores trae consigo cosas malas. En la penumbra de un anochecer, a lo lejos, divisaron un acorazado. Aquello prendió las alarmas y un gran temor se apoderó de todos. No podían divisar la nacionalidad de la embarcación, por lo que trataron de ser lo más discreto posible, deseando que aquella nave siguiera su rumbo.

Pero fue aún más dramático cuando el acorazado viró con dirección a ellos.

Todo estaba dado, solo era esperar, cada segundo se hacía eterno. De pronto un grito retumbó en todo el barco: ¡Es alemán!

Del temor pasaron bruscamente a la alegría y posteriormente a la tranquilidad. Esa nave de guerra alemana los escoltó hacia puerto seguro en Italia. Humberto Lizcano bajó del barco con sus sueños intactos y se dirigió por tierra a la ciudad de Astorga, al norte de España, donde realizaría sus estudios.

Allí, en Astorga, fue donde supo del Vía crucis de la parroquia de Santa María de la ciudad de Écija, perteneciente a la provincia de Sevilla, en Andalucía, al sur de la península. Una obra muy excepcional, de gran calidad, tallada en madera y pintada al óleo, que hizo parte esa Iglesia en el año de 1929. Una copia de este mismo viacrucis, pero en yeso, fue el que compró el padre para la parroquia de San Luis Beltrán de Polonuevo, el cual estaba a punto de llegar.

La llegada de esas 14 piezas a Polonuevo fue un gran acontecimiento.

Continúa.